Por: María Isabel Sánchez
La verdadera Colombia no es solamente la que vive en las grandes ciudades, llenas de carros, industrias, comercio y tecnología; tampoco es la que vive en el campo, llena de frescura, animales y cultivos. Colombia es un complemento, tanto los campesinos como los citadinos son hermanos no de sangre pero sí de raza, nacionalidad y país.
Los campesinos de nuestra amada Colombia han sufrido por años la violencia generada por las guerrillas y grupos al márgen de la ley. Pero aún así, son una población que ha resistido eso y mucho más, cuándo no hay para cosechar ellos siguen cultivando, cómo a pesar de tanto siempre han estado de pie, luchando por conseguir y mejorar su vida.
Para comprender ésta realidad de la otra Colombia, la cara amable y sencilla, salí a una vereda no muy lejos de Ibagué. La vereda Laureles ubicada en el corregimiento de Dantas, es un espacio en donde reina la paz y el sonido ambiente de los pajaritos y los animales. Se descubre otra mirada de la realidad en la que vivimos, los niños, las mujeres y los hombres comprenden su mundo de otra manera.
El olor a campo que desprende este lugar es inigualable, rico y sencillo, nos introduce a un mundo un poco desconocido. Aún estando embelesada por esa belleza que demuestra el paisaje, unas voces y risas me sacaron de mi mundo mágico de naturaleza extraordinaria para envolverme en un mundo más real pero igualmente mágico.
Los niños de Laureles son eso, niños, comunes y corrientes que viven sus pequeñas vidas con entusiasmo y energía. El poder percibir las costumbres de un día normal en una Institución Educativa rural hace que comprenda el poder que tiene la mente del ser humano para adaptarse a cualquier entorno. A pesar de que ellos no tienen acceso a cosas tan necesarias como la prestación del servicio de salud, recolección de desechos y una buena educación hacen lo que pueden en su entorno para vivir. No imagino a una persona de ciudad enfrentando dichos problemas, nos quejamos por qué se va el servicio de electricidad por unos minutos y los niños de esta vereda en ocasiones deben hacer sus tareas a la luz de una vela. Se acostumbran más rápido a estás fallas. Esa es su cotidianidad.
Aunque los niños no desprendan un olor especial, el ambiente en el que están se transforma y cambia. Ellos hacen que todo sea dinámico y se sienta vivo, siempre andan por ahí corriendo y jugando. Sus madres, las que siempre están en casa hacen exactamente lo mismo que ellos, se acostumbran a ese estilo de vida pacífico y sin contratiempos.
Ellas, las mujeres de campo son mucho más verracas que cualquiera de nosotras, mujeres de ciudad. Ellas han sabido sobrellevar situaciones difíciles, y aún así siempre han querido salir adelante. Las mujeres de Laureles son trabajadoras, desde sus casas y a su forma le enseñan a sus hijos la responsabilidad del trabajo más que la del estudio. Para ellas es mejor que sus hijos sean trabajadores y aporten económicamente a la casa a que sean vagos, por eso en ocasiones son ellas las que no les permiten ir al colegio teniendo como prioridad la estabilidad económica del hogar.
Su forma de ver el mundo se ha modificado de acuerdo a su modo y estilo de vida. Algunas trabajan recolectando café y otros frutos que se dan en la zona desde muy temprano, muchas otras han puesto sus negocios como tiendas y billares que les ha permitido tener un ingreso económico un poco más rentable. Estás mujeres se han acostumbrado a levantarse temprano igual que sus maridos y sus hijos, hacen los oficios de la casa y ayudan en lo que pueden a sostener el hogar. Siempre se ha sabido que la mujer de campo no le tiene miedo a levantarse a las 3 de la mañana a ordeñar las vacas para sacar leche que según ella puede ser la del consumo del hogar y la que se vende. Las mujeres de Laureles nos demuestran que aún hoy en día, en pleno siglo XXI la mujer sigue dando todo de sí para contribuir en la construcción de una sociedad, ya sea en el campo o en la ciudad.
Comentarios
Publicar un comentario